Introducción: ¿Por qué la Revolución española hoy?
“…el anarquismo y el sindicalismo revolucionario, en general, carecían de una visión de los problemas de orientación política sin la cual la más potente y heroica oleada revolucionaria está condenada al fracaso.”
Helmut Rüdiger, AIT, Ensayo crítico sobre la revolución española (1940)[1]
Durante muchos años, había mantenido la clásica visión antiestalinista de izquierda, pensando que después de los “sucesos” de mayo de 1937 en Barcelona – el aplastamiento del POUM[2], de izquierda centrista, y la aún mayor marginación de los anarquistas por los estalinistas y las fuerzas bajo su influencia – la revolución, iniciada en julio de 1936, estaba básicamente acabada. Mis referencias eran obras clásicas como Homenaje a Cataluña de Orwell y La Revolución Española de Bolloten; y “políticamente”, esta fecha es correcta. Sin embargo, los dos volúmenes de Robert Alexander Los Anarquistas en la Guerra Civil española y el estudio de Walther Bernecker de las colectividades industriales y agrarias[3] muestran que los anarquistas españoles, los cuales eran la gran mayoría de los trabajadores armados en Cataluña, y que dominaron considerables colectividades agrarias rurales en Aragón y que también fueron importantes en las zonas republicanas del Levante, Extremadura y Andalucía, seguían siendo una fuerza social y militar a tener en cuenta hasta el final de la Guerra Civil en marzo de 1939, incluso después de perder en el terreno político en mayo de 1937. La erradicación de la principal revolución social anarquista comenzada en julio de 1936, una erradicación que llevaron a cabo estalinistas, socialistas, republicanos de izquierda y nacionalistas catalanes y que completaron finalmente los fascistas, fue una labor en marcha justo hasta la victoria final de Franco.
La Revolución Española fue, a la luz de esta historia, la revolución social más rica y profunda del siglo XX. Me sorprendió bastante descubrir que Leon Trotsky, figura importante de la Revolución Rusa y nada amigo del anarquismo, dijese en 1937:
“Gracias a su peso específico en la economía de ese país y a su nivel político y cultural, (el proletariado español) ha estado, desde el primer día de la revolución, por encima del nivel del proletariado ruso a principios de 1917”[4]. A pesar de todos los factores (internacionales, políticos, militares) que operaron para su caída, la clase obrera española y parte del campesinado de las zonas republicanas llegaron a la experiencia más aproximada a una sociedad autogestionada que se haya alcanzado en la historia, sustentada en diferentes formas a lo largo de dos años y medio. En 1936, Cataluña estaba más industrializada que Rusia en 1917 y los campesinos catalanes, aragoneses y levantinos que crearon colectividades en 1936 apoyaban, mayoritariamente, la revolución de manera incondicional, en contraste con el apoyo desganado de los campesinos rusos a los bolcheviques, poco queridos, pero un mal menor comparados con los blancos.
La izquierda revolucionaria contemporánea no ha asimilado esta experiencia y sus consecuencias. En las últimas décadas, han surgido corrientes que se describen a sí mismas como anarquistas y anarcosindicalistas en algunas partes de Europa y de los Estados Unidos, sin alcanzar las cifras y la profundidad de los “históricos” anarquistas y anarcosindicalistas españoles desde 1868 hasta 1939, ni, sobre todo, el misma arraigo popular entre la clase obrera. Para muchos de ellos, “España” es una referencia histórica (con más frecuencia simbólica que seriamente estudiada y asimilada) de la misma manera que “Rusia” ha sido un paradigma para muchos marxistas. España fue la prueba suprema histórica para el anarquismo, que fracasó, de la misma manera que Rusia era, hasta la fecha, la prueba determinante de, al menos, el leninismo, si no del marxismo.
Pero, mi principal preocupación es abordar críticamente el anarquismo contemporáneo y[5], excepcionalmente, de rebote, los fracasos del anarquismo en España. Las verdaderas lecciones para hoy de la Revolución Española de 1936-1939 son al menos dos: en primer lugar, la toma de control específica de una incipientemente moderna región industrial, Cataluña, por colectivos de trabajadores de las fábricas, que intentaron, en circunstancias muy difíciles y atacados por todos lados, pasar del nivel local espontáneo inicial a la coordinación regional y nacional y una toma de control simultáneo de la agricultura por colectividades campesinas con intentos similares de coordinación más allá del ámbito local. En segundo lugar, y estrechamente relacionada con la primera, la dimensión política de la “cuestión militar”, la defensa y la extensión de la revolución frente a la contrarrevolución interna e internacional. La revolución se perdió tanto en la destrucción gradual de los trabajadores y las colectividades campesinas como en la sustitución de las milicias armadas originales y las patrullas urbanas por las tradicionales fuerzas del ejército y la policía. Algunos dirigentes anarquistas estaban involucrados en ambos procesos, y las razones eminentemente “pragmáticas” de esto serán uno de los focos de mi estudio. Además, teóricos militares de izquierda como el “anarco-marxista” Abraham Guillén[6] han demostrado que la política era tanto o más importante que el poder militar y las cifras para determinar el resultado de las distintas batallas de la Guerra Civil.
Por último, no estoy escribiendo sobre el anarquismo español por edificación histórica o algún impulso de anticuario, sino más bien para plantear la cuestión, propuesta por Abad de Santillán[7] y generalmente ignorada por la mayoría de la izquierda radical contemporánea, de cómo preparar hoy, mediante programación y práctica, la toma de control de una economía capitalista moderna, donde, a diferencia de la España de 1936, el cierre de una gran franja de actividad socialmente inútil y socialmente nociva serán una prioridad desde el primer día.
Parte I: Tesis
1. La historia de los orígenes y el desarrollo de la Revolución Española de 1936-1939, y en particular de su mayoría anarquista, es tan compleja, si no más, que la de la Revolución Rusa. Es mucho menos conocida a nivel mundial debido a que la Revolución Rusa tuvo una proyección global[8] mucho más grande, y porque la derrota del anarquismo en España provocó un eclipse del movimiento durante décadas por el impacto significativamente más generalizado de otros “socialismos” como el soviético.
España, en una fecha tan tardía como 1898 cuando perdió definitivamente sus últimas colonias en favor de los EE.UU., e incluso en 1936, seguía siendo un país predominantemente agrícola, con focos de desarrollo industrial, principalmente en Cataluña y el País Vasco y de minería en Asturias. Sin embargo, España tuvo su primera huelga general en 1855 y la clase obrera fue una fuerza activa en la efímera Primera República de 1873 a 1874[9]; en definitiva, España recibió una influencia más directa del desarrollo en Europa occidental y en una etapa más temprana que Rusia. España tuvo un partido socialista desde 1879 con una base de clase trabajadora en Asturias y Madrid, pero entró en el siglo XX, y de hecho en la crisis revolucionaria de la década de 1930, con un movimiento anarquista y anarcosindicalista, que data de 1868, mucho más grande, especialmente en Cataluña y Andalucía.
2. La comprensión de esta “anomalía” de un movimiento anarquista de masas tanto en la industria como en la agricultura española en 1936, cuando el anarquismo había sido sustituido en gran parte por el socialismo y luego por el comunismo en la mayor parte de Europa occidental (comenzando con las cercanas Francia e Italia), es una clave, si no la clave para entender las contornos especiales de la Revolución Española[10]. El clásico de Gerald Brenan[11] hace hincapié en la histórica descentralización de España, con diferentes regiones en constante oposición al centralismo artificial de Madrid, como un factor importante en el llamamiento del anarquismo antiestatista, sobre todo donde no había pequeños propietarios campesinos prósperos o eran débiles. El socialismo, bajo la forma del PSOE[12], era una copia local y poco imaginativa de los partidos franceses y alemanes más maduros de la Segunda Internacional del Norte de Europa. Si la histórica división internacional entre el anarquismo y el socialismo marxista, en 1872, surgió de la insistencia de Marx en la actividad política y el sindicalismo, la ausencia de una democracia burguesa prolongada en España no proporcionó las condiciones en las que dicha actividad reformista pudiera echar raíces. El anarquismo español en sus primeros decenios fue más proclive a las acciones clandestinas, como los innumerables sublevaciones campesinas locales en Andalucía, machacadas en el aislamiento, o las huelgas salvajes contra las compañías industriales en las que las organizaciones obreras apenas tenían apoyo y pocas o ninguna caja de resistencia.
3. Al mismo tiempo, el anarquismo y el anarcosindicalismo en España tenían un alcance impresionante. (“Anarquismo” hace referencia a las primeras décadas de insurreccionalismo local bakuninista y, más adelante, al terrorismo individual desmoralizado de principios a mediados de la década de 1890; “anarcosindicalismo” remite al foco posterior de organizaciones de masas cuando estas formas anteriores mostraron ser callejones sin salida). El movimiento puso mucho empeño en la educación y tenía un sinnúmero de periódicos, además contaba con escuelas “racionalistas” y “ateneos” o centros culturales, produjo numerosos libros y folletos, incluyendo las traducciones de Bakunin, Malatesta, Kropotkin y Reclus (entre otros). Brenan escribe sobre campesinos que montan burros en carreteras secundarias leyendo literatura anarquista y el clásico de Díaz del Moral[13] describe a campesinos analfabetos memorizando sus artículos favoritos para recitarlos frente a un público embelesado en aldeas remotas. Entre 1918 y 1920, la mera llegada de la noticia de la revolución rusa provocó insurrecciones en algunos de estos lugares de Andalucía, el Sur.
4. Un sondeo de la ideología anarquista muestra características comunes que persistieron hasta la revolución y la Guerra Civil. El anarquismo viene a ser una teoría racionalista, una versión de extrema izquierda de la Ilustración radical. En parte debido a la ruptura con el marxismo autoritario, la teoría anarquista no muestra compromiso con el desarrollo de la filosofía alemana posterior a la Ilustración, de Hegel hasta Marx, pasando por Feuerbach[14]. El marxismo, que abogaba por una “dictadura del proletariado” de transición, era para los anarquistas una visión “estatista”del mundo[15], y era, de hecho, centralista; el anarquismo era descentralizador y federalista. Era radicalmente ateo, pero carecía de la supresión o la realización de la religión[16], “el corazón de un mundo sin corazón” que se encuentra en Marx. No tiene noción de desarrollo histórico o una estrategia que fluye de tal progreso, la posibilidad de una sociedad igualitaria radical es siempre ahora, una vez que se eliminan el propietario de la tierra, el sacerdote, el policía y el notario público, sin importar el “desarrollo de las fuerzas productivas” que ejercen los marxistas; de ahí que el anarquismo no viese mucha utilidad en el análisis concreto de las condiciones específicas[17] o en la crítica de la economía política como la elaborada por Marx en los Grundrisse y El Capital. “El anarquismo tiene un ideal que llevar a cabo”, como apuntó Guy Debord. Marx, por el contrario, dice en el Manifiesto que el comunismo “no es un ideal surgido de la cabeza de un reformador del mundo”, sino que hace hincapié en la inmanencia de la nueva sociedad en éste, “el movimiento real se despliega ante nuestros ojos.” Palabras tales como “la Idea”[18], “nuestro ideal” y “justicia” impregnan la ideología anarquista a través de la Guerra Civil; evocando las teorías del Hombre de la Ilustración del siglo XVIII, abstraídas de todo desarrollo histórico o especificidad. Díaz del Moral informa sobre campesinos andaluces que preguntan al propietario latifundista local cuándo amanecerá el día de la igualdad para todos. El anarquismo en España también tenía mucha de la ideología de la “patria chica”, el excesivo enfoque en lo local que impregnó (y todavía impregna) buena parte de la vida española[19]. Del rechazo del centralismo de Madrid al repudio del centralismo de Marx solo había un pequeño paso; los anarquistas heredaron el federalismo de Pi i Margall, cabeza de Estado por un breve período en la Primera República, y discípulo de Proudhon.
Muchos anarquistas despreciaban las huelgas socialistas por simple mejora económica[20], la “escuela” de la clase obrera en lucha, en opinión de Marx. Su visión de la nueva sociedad era austera, sus centros sociales prohibieron el alcohol, el tabaco y el juego; donde pudieron, los anarquistas cerraron burdeles, predicando en su lugar el amor libre y las uniones libres fuera del matrimonio. En algunos casos cerraron cafés por ser lugares para la frivolidad y la holgazanería. La organización anarquista Mujeres Libres, fundada en 1934, luchó por la igualdad plena entre sexos, pero atacó el “feminismo” considerándolo una ideología de mujeres de clase media. Brenan, que vivió durante largos años en la Andalucía rural y conocía a muchos anarquistas, puede haber ido demasiado lejos caracterizándoles como “luteranos” modernos reaccionando contra el lujo del catolicismo español, pero capturó algo de su austero rechazo a la sensual decadencia de la cultura dominante que les rodeaba. Tenían una fe tan incondicional en la ciencia y la tecnología que hoy parecería exagerada para la mayoría. Algunos practicaban el nudismo, el vegetarianismo o comían únicamente fruta cruda, y estudiaban esperanto como idioma universal del futuro.
5. A pesar de las renuncias, muchas de las escisiones que han dividido al movimiento marxista, como la de reforma frente revolución, se repitieron de diferentes maneras dentro del movimiento anarquista. Después de un período de declive, durante la década de 1880 el anarquismo resurgió y en 1888 tuvo lugar una escisión entre las corrientes orientadas hacia lo laboral y las insurreccionales; existió una prolongada división entre el “anarquismo colectivista”, influenciado por Bakunin , y el “comunismo anarquista”, inspirado en Kropotkin[21]. Un nuevo repunte de la lucha de masas en la “Semana Trágica” de 1909 en Barcelona condujo a la fundación de la anarcosindicalista CNT (Confederación Nacional del Trabajo) en 1910, centrada, al igual que muchos de los movimientos sindicales en Europa del momento (Italia, Francia, Gran Bretaña, la IWW norteamericana) en la estrategia de la huelga general para dar paso a la nueva sociedad[22]. La influencia de la CNT alcanzó su punto máximo inicial (antes de 1936) en 1919, en la ola de huelgas generales que siguieron a la Primera Guerra Mundial, y creó el sindicato único para hacer frente al antagonismo entre los obreros artesanos e industriales, de manera similar a la IWW.
La derrota de la huelga general de “La Canadiense”, a principios de 1919, propició una recesión y los siguientes años de declive estuvieron dominados por el “pistolerismo” de cientos de asesinatos en un “golpe por golpe” entre patronos y militantes sindicales destacados, un período que terminó con la llegada de la dictadura de Primo de Rivera (1923-1930) y con años de ilegalidad clandestina y exilio de la CNT. Como respuesta a esta difícil situación y para mantener el ala reformista del movimiento bajo control, miembros radicales, a veces llamados “anarcobolcheviques”, fundaron la FAI (Federación Anarquista Ibérica) en 1927. Desde 1917 hasta 1921-1922, los bolcheviques rusos tuvieron de su parte a los anarcosindicalistas de Europa occidental, pero las experiencias de estos últimos en la Unión Soviética y la represión de Kronstadt y de varios libertarios rusos, los alejó definitivamente, reafirmando sus sospechas sobre el “estatismo” y el centralismo marxista.
Las peticiones anarquistas al “apoliticismo” y al “antipoliticismo” también fueron desdichas con la participación electoral de la base obrera anarquista, cuando la CNT-FAI levantó la política de abstencionismo en las elecciones de 1931, proporcionando el margen de victoria para las fuerzas republicanas. Decepcionados por las políticas antiobreras y anticampesinas de la República, los anarquistas se abstuvieron en los comicios de 1933, cuando se produjo el giro hacia la extrema derecha del “bienio negro”. Como resultado, la CNT-FAI suprimió de nuevo la política de abstención en las elecciones de febrero de 1936 -incluso Durruti llamó a votar por el Frente Popular- y los anarquistas proporcionaron el margen de victoria para los partidos de izquierda, aunque alegando que solamente votaron con la esperanza de liberar a algunos de los 9000 presos políticos anarquistas[23]. Después de que ganase la izquierda, se produjeron asaltos multitudinarios en las cárceles que consiguieron liberar a los presos, sin que las autoridades republicanas se atreviesen a reprimirlos.
6. Así, el escenario estaba listo para la crisis de la Segunda República (1931-1939), que culminó en revolución y guerra civil a partir de 1936. España había evitado la participación en la Primera Guerra Mundial, que destrozó los grandes partidos socialistas de Francia, Italia y Alemania, dando lugar a partir de 1917 a los partidos comunistas de masas en estos lugares; y que también presentó una dura prueba para otros movimientos anarquistas y anarcosindicalistas, donde importantes secciones y personalidades (Hervé en Francia, Kropotkin en Rusia) se unieron a las influencias nacionalistas. Por el contrario, el Partido Comunista de España[24], al no tener una mayoría “social patriota”[25] a la que acusar, era una sección malograda de unos pocos miles escindidos de la juventud del PSOE, forzada a la clandestinidad durante los años de Primo de Rivera y, después de volver a la legalidad, practicó la improductiva táctica del “fascismo social” del Tercer Período contra el PSOE y los anarquistas, siendo por tanto escasamente más grande o más arraigado entre la clase obrera en 1936 de lo que había sido en su fundación[26]. La CNT, a pesar de la expulsión de treinta dirigentes sindicales moderados (“Treintistas”), destacaba tanto sobre el PSOE como, obviamente, del PCE, en número y arraigo entre la clase obrera catalana y el campesinado andaluz.
7. El golpe del General Franciso Franco en julio de 1936 tenía como objetivo acabar con el caos social de la Segunda República en forma de huelgas, ocupaciones de tierras por los campesinos, batallas callejeras entre izquierdistas y derechistas e inoperancia parlamentaria. Hay que recordar el contexto europeo de los gobiernos militares de derecha en toda Europa del Este, el primer Estado fascista, fundado por Mussolini en 1922, la toma de poder de Hitler en 1933 y el bombardeo en 1934 del dicatdor austriaco Dollfuss sobre viviendas obreras en Viena. Estos dos últimos acontecimientos envalentonaron especialmente a la derecha y a la extrema derecha española y fortaleció la determinación de PSOE, PCE y CNT-FAI hacia la izquierda. El giro de la “antifascista” Tercera Internacional de 1934-35 de Stalin de recurrir a alianzas con socialdemócratas (ayer “fascistas sociales”) y “elementos burgueses progresistas” ocasionó las victorias electorales del Frente Popular en España en febrero de 1936 y en Francia en mayo, seguidas en este último por ocupaciones populares de fábricas entre mayo y junio.
8. Los intensos combates callejeros espontáneos durante 3 o 4 días, sobre todo en Madrid y Barcelona, y otras formas de resistencia popular, derrotaron al golpe de Franco en aproximadamente el 60% del territorio español. En Barcelona, la CNT y la FAI fueron los dueños absolutos de la situación, apoyadas en la clase obrera armada. Allí donde el golpe triunfó, en algunos casos casi sin resistencia, como en bastiones de la izquierda como Zaragoza -la ciudad más anarquista en España- y Sevilla (por no hablar de grandes zonas del campo andaluz anarquista), le siguieron inmediatamente ejecuciones masivas de militantes (20.000 en Sevilla)[27].
9. Es aquí donde llegamos al meollo de este texto. Los anarquistas españoles habían hecho la revolución, traspasando sus expectativas más optimistas, y no sabían qué hacer con ella. La noche de la victoria en Barcelona, los principales líderes de la CNT-FAI, entre ellos Juan García Oliver y Buenaventura Durruti, acudieron a Lluis Companys, nacionalista catalán y presidente de la Generalitat, el gobierno regional catalán. El ejército se había disuelto o se había aliado con Franco; la policía también se desintegró en gran medida y estaba siendo reemplazada por patrullas anarquistas armadas; el Estado burgués en Cataluña en ese momento se reducía a unos pocos edificios. Companys les dijo a los líderes de la CNT-FAI que el poder era suyo y si lo deseaban, él dimitiría y sería un soldado en su ejército. Los dirigentes de la CNT-FAI decidieron dejar en pie el esqueleto del Estado burgués y su cabeza, por el momento sin poder, Companys, y en su lugar formaron el Comité de Milicias Antifascistas, que se convirtió a efectos prácticos en el poder estatal efectivo en los meses posteriores[28].
Los anarquistas, como dijeron en sus propias palabras, tenían, o que imponer una “dictadura completamente totalitaria” o dejar a los partidos apoyar al Frente Popular. Eligieron este último camino, y por la puerta del pequeño e ineficaz sistema que no habían disuelto, llegaron, en los siguientes meses y bajo la administración cautelosa de Companys, todas las fuerzas de la contrarrevolución. Todo en la historia anarquista militaba en contra de “tomar el poder” como dictaría la “centralista autoritaria” teoría marxista, y apenas ayudó a que el “marxismo” en España en ese momento fuera el torpe PSOE reformista (aunque con una facción que tendía a la izquierda), el POUM[29] de centroizquierda y el modesto PCE, apenas recuperado de sus 15 años de marginalidad sectaria y que aún no había sido impulsado a partido de masas de las asustadas clases medias por el dinero soviético, las armas y los “asesores” del NKVD[30], [31].
Parte II. Los anarcosindicalistas después de la revolución: reflexiones políticas, económicas y militares
Comienzo esta sección con un experimento mental. ¿Y si la CNT-FAI, en lugar de haber dejado intacto el Estado catalán bajo Companys hubiese decidido “ir a por el todo” (expresión española fomentada por un importante número de anarcosindicalistas como Juan García Oliver) y reemplazar el esquelético Estado burgués por un poder absolutamente obrero, en cierta aproximación a los delegados inmediatamente revocables en “soviets” (instituciones a nivel de clase), como la “autoridad” definitiva, ya que el control obrero de la industria y las colectividades campesinas ya estaban generalizadas?
Esto es, por supuesto, “la historia si…” Con retrospectiva sabemos claramente lo que realmente ocurrió, y el siguiendo en detalle la destrucción de la revolución por las fuerzas del Frente Popular, encabezada por el Partido Comunista y el PSUC, es menor nuestro enfoque que los puntos ciegos anarquistas que la facilitaron. (El papel del Partido Comunista en la contrarrevolución interna se conoce relativamente bien[32]; no tanto como engañaron a los anarquistas).
Nada menos que Durruti dijo a un entrevistador de la radio canadiense en agosto de 1936, al comentar sobre las perspectivas en España fuera de Cataluña y en el resto de Europa: “Estamos solos.” Grandizo Munis, por otro lado, sin mencionar el debate dentro de la CNT y de la FAI, dice que “los órganos de poder de la clase trabajadora deberían haberse unificado a nivel nacional y haber proclamado formalmente la disolución del gobierno… La situación… se caracterizaba por una atomización incompleta del poder político en manos de los obreros y los campesinos. Uso la palabra “atomización”, porque dualidad es insuficiente para dar una imagen completa de la distribución real de los poderes; dualidad indica dos poderes rivales contendientes, con una capacidad y voluntad de lucha en ambos lados. El Estado burgués solo estuvo en esta posición tres meses después de los días de julio… Mientras tanto, el poder atomizado de los comités de gobierno locales era la única autoridad existente que se obedecía, limitado únicamente por su falta de centralización y por la interferencia de la derecha en las burocracias obreras… Este gran experimento de la Revolución española ofreció al mundo la paradoja de anarquistas y anarcosindicalistas actuando como agentes principales de la concepción marxista y negando, de hecho, la idea anarquista”[33].
La consigna habitual del Frente Popular era “ganar la guerra primero, y luego hacer la revolución”, un argumento que todavía utilizan sus defensores y sus herederos ideológicos proponiendo estrategias similares en la actualidad[34]. Pero de inmediato me vienen a la cabeza tres objeciones a tal formulación, recordando el comentario de Rosa Luxemburgo: “quien propone diferentes fines también plantea diferentes medios”. La primera es la fracaso de la República de ofrecer independencia o incluso autonomía al Marruecos español (la zona del Rif en el Norte), que habría tenido la posibilidad de minar la retaguardia de Franco, su base de operaciones, y a los legionarios marroquíes, una fuente importante de sus mejores tropas. En segundo lugar, el fracaso de la República para llevar a cabo una guerra de guerrillas detrás de las líneas franquistas, recurriendo a los muchos trabajadores y campesinos que no eran de ninguna manera profascistas, pero que, en julio de 1936, se encontraban en el territorio que había caído por el golpe[35]. La cuestión de Marruecos esclarece de inmediato las limitaciones militares de una república burguesa que no estaba dispuesta a renunciar a su protectorado marroquí para salvarse, sobre todo porque el hacerlo molestaría de inmediato a Francia, que controlaba la mayor parte de Marruecos[36], de la que los líderes republicanos esperaban inútilmente ayuda material. (Juan García Oliver propuso actividades guerrilleras tras las líneas franquistas en 1938, pero no sirvió de nada.) La tercera es la estrategia del “pueblo en armas”, como más adelante teorizó Guillén, que había salvado a Madrid de las fuerzas de Franco (personal y equipamiento alemán e italiano incluidos) en noviembre de 1936, algo considerado poco menos que un milagro militar. La marina también estaba inicialmente casi en su totalidad en manos anarquistas, pero en el verano de 1937 el Partido Comunista ya tenía su control. La República nunca usó la marina durante la guerra, a pesar de su potencial para controlar el estrecho de Gibraltar, la entrada al Mediterráneo.
La situación internacional, dominada por la alargada sombra del avance del fascismo, no era favorable para la revolución. Las democracias burguesas, Gran Bretaña y Francia, declararon una política de “no intervención” y bloquearon los puertos españoles, una táctica que, especialmente desde que la Alemania nazi y la Italia fascista estaban apoyando de manera activa a Franco con aviación, armamento y personal militar, resultaba una burla. En 1935, la Unión Soviética de Stalin había hecho una alianza con Francia para la seguridad mutua después de la toma del poder de Hitler, aumentando el interés de Stalin en el mantenimiento del statu quo europeo, que estaba amenazado por la revolución en las fronteras de Francia. Tan inadecuados como eran los envíos de armas y suministros soviéticos (con “cuentagotas”, se solía decir metafóricamente, suficientes para alargar la guerra, insuficientes para ganarla) difícilmente puede imaginarse el continuo apoyo soviético a una revolución en toda regla encabezada por anarquistas. Por otro lado, algunos podrían argumentar que la clase obrera francesa acababa de protagonizar una gran oleada de huelgas, con ocupaciones de fábricas, entre mayo y junio de 1936, apenas unas semanas antes de la guerra. Esa oleada huelguística se había detenido en seco por la intervención del Partido Comunista Francés, para no preocupar a los soviéticos sobre la debilidad de su nuevo aliado. Pero, lo cierto es que durante los siguientes dos años y medio de guerra, ni la francesa, ni ninguna otra clase obrera de las “democracias” (empezando por Gran Bretaña y EE.UU.) tomó ninguna medida sería para obligar a los gobiernos a ayudar a España, o al menos para suprimir la política de “no intervención”[37] que estaba bloqueando los envíos de comida y armas en las fronteras francesas.
Antes de julio de 1936, la República había marginado a parte del campesinado y de los trabajadores rurales sin tierras mediante sus insustanciales esfuerzos de la reforma agraria. En septiembre de 1932 se aprobó un Estatuto Agrario, creando el Instituto de Reforma Agraria (IRA), que en julio de 1936 había distribuido muy poca tierra[38]. La proliferación de las tomas de tierras en los últimos meses antes del golpe de Estado y el establecimiento de comunas agrarias en tierras expropiadas reflejó muy diferentes modelos de propiedad de la tierra posteriormente: pequeñas propiedades y con condiciones fijas de arrendamiento en Galicia y el País Vasco; aparcería en la mayor parte de Cataluña; una mezcla en Aragón; pequeñas y medianas propiedades y aparcería en el Levante; extensos latifundios semifeudales, con millones de trabajadores sin tierra, en el Oeste y Sur de Madrid, en Extremadura y en Andalucía. La CNT era más fuerte en Aragón, el Levante, Andalucía y Galicia.
III. Situación política, militar y económica
El Congreso de la CNT de mayo 1936 se celebró en previsión de brotes de acciones multitudinarias en cualquier momento. El Congreso readmitió a los moderados “Treintistas” y, además, esbozó los contornos de un ejército anarquista y elaboró un programa agrario. Diego Abad de Santillán y Joan Peiró, dos economistas anarquistas, intentaron introducir la preparación específica para una toma revolucionaria. Pero “no se puede considerar (el idílico programa) …como una directriz para el encuentro con las cuestiones planteadas. Durante el transcurso de la guerra, la palabra “comuna” desapareció casi por completo y… se reemplazó por la expresión “colectividad”, pero la organización estructural de las unidades de autogestión también difirió considerablemente del modelo elaborado en Zaragoza. La falta de un sentido de la realidad mostrada en mayo de 1936 parece estar conectada… sobre todo con la ausencia de un nivel sociológico y macroeconómico de teorías que posiblemente podrían ser aplicables a una aldea aislada”[39].
El 17 de julio, Franco voló desde las Islas Canarias al Marruecos español, y desde allí inició el golpe de Estado del día 19, desplazando (con ayuda alemana) a miles de legionarios marroquíes a los puntos clave. Ante esta situación y con los trabajadores exigiendo armas en varias ciudades principales, el 20 de julio, el gobierno de Madrid, entre la espada y la pared, aceptó a regañadientes armar a los obreros, a los que temían más que a Franco. La rebelión fracasó en Cataluña, Madrid, el Levante, Castilla la Nueva, el País Vasco, Santander, Asturias y la mitad de Extremadura; los rebeldes controlaron la mayor parte de Andalucía, el Sur de Extremadura, Mallorca, Castilla la Vieja, Navarra y Aragón. Los anarquistas fueron fundamentales en Cataluña, el Levante, Santander y gran parte de Asturias.
El 24 de julio, la primera milicia organizó en el Paseo de Gracia de Barcelona a entre 2.000 y 5.000 hombres, en los siguientes días, se alistaron 150.000 voluntarios. La columna Durruti partió inmediatamente, con la intención de liberar a Zaragoza en los siguientes diez días.
La cuestión militar más crítica que arrojó el primer año de la guerra fue, sin embargo, la de la transformación de las milicias en un ejército profesional. Esto planteó la dimensión política de la guerra sin rodeos. Los más firmes defensores de esta profesionalización eran los comunistas, que inmediatamente se dedicaron a construir su quinto regimiento. Hacia el otoño de 1936, la CNT-FAI, después de varios reveses en el frente de Aragón y ante el fracaso para liberar Zaragoza, se acercó, aunque también, aunque de manera reacia, a ese punto de vista.
Para comprender el trasfondo de estos enfrentamientos, es necesario tener en cuenta la profunda revolución social y cultural que se extendió en Barcelona durante las primeras semanas después de julio de 1936. No solamente se ocuparon y expropiaron la mayor parte de las fábricas, se disparó a sus dueños o tuvieron que huir, las milicias armadas de la CNT sustituyeron al ejército y la policía y se quemaron iglesias; sino que también a nivel cultural parecía que toda jerarquía en la vida cotidiana se había disuelto, incluso la rica burguesía se disfrazaba con ropa propia de los trabajadores, el protocolario “usted” se sustituyó por el informal “tú”, “señor” por “compañero”, de la noche a la mañana se remplazaron todas las adulaciones y el servilismo del viejo régimen por camareros y tenderos francos y limpiabotas que miraban a sus clientes a los ojos. “Todo el mundo es amigo de todo el mundo en un minuto”, escribió Borkenau, que llegó en agosto; hacia septiembre, señaló que “la fiebre revolucionaria se está marchitando.” Los visitantes que vivieron estas semanas y regresaron pocos meses después ya notaron un cambio conservador, y unos meses después de ello, hcia principios de 1937, un mayor endurecimiento[40].
Desde julio de 1936 en adelante, cuando la CNT-FAI tomó su fatídica decisión de dejar intacta la Generalitat catalana bajo Companys, todos los partidos del Frente Popular en Cataluña, sobre todo el PSUC (Comunistas), pero también el PSOE (Socialistas) y Esquerra Republicana de Catalunya (Republicanos catalanes, el partido de Companys), comenzó a moverse contra ella, lenta y sigilosamente al principio, más deliberadamente después. Mucho antes de que la CNT decidiese unirse al gobierno nacional en Madrid, ya estaba participando en las instituciones estatales regionales y municipales; la decisión de aceptar cuatro carteras ministeriales en noviembre de 1936 fue simplemente la culminación de un proceso.
Prácticamente al mismo tiempo que la partida de las primeras milicias hacia Zaragoza, el 25 de julio, el gobierno central de Madrid decretó la creación de un comité estatal para intervenir en la industria a fin de “controlar” las empresas industriales y, de ser necesario, “dirigirlas”.
En Barcelona, los trabajadores se hicieron cargo de la mayoría de las grandes fábricas, de todos los servicios importantes y del transporte, los hoteles y los grandes almacenes. No tocaron los bancos debido al tradicional desprecio anarquista por el dinero, pero, en su lugar, los dejaron más (fatídicamente) en manos de la socialista UGT[41], que pronto sería controlada por los comunistas del PSUC. En el puerto de Barcelona, los estibadores suprimieron a los odiados intermediarios que controlaban el acceso a los puestos de trabajo. En muchos lugares, donde tomaron el control las asambleas, los técnicos e incluso a veces los jefes, cuando quisieron, se integraron en ellas. Todas las 745 panaderías en Barcelona se integran en un sistema socializado. Todo esto se debió a una oleada popular espontánea, al margen de cualquier organización. “Debido a su desprecio por la dimensión política del poder, los anarquistas prestaron poca atención a la institucionalización de sus funciones…”[42] Por el contrario, desde el principio, el PCE impulsó la centralización y la gestión única.
El economista anarquista Diego Abad de Santillán, enfrentado en ese momento, apenas unas semanas después del Congreso de la CNT de mayo en Zaragoza, con una verdadera revolución, basaba su proyecto de organización sobre la empresa individual; las comunas, en su opinión, deberían estar federadas. “Lo que era realmente nuevo en el proyecto de Abad de Santillán era la propuesta de un Consejo Económico Federal con funciones económicas y administrativas de coordinación. (Su) propósito fundamental era superar, por ser anacrónica, la idea económica basada en los principios municipalistas-comunalistas y alcanzar “el grado más alto de coordinación de todos los factores productivos…” Sentía que la concepción anarquista de la economía no se podría poner en práctica inmediatamente, por lo que previó un período de transición económica en la que “todos los movimientos sociales” tendrían el derecho a “ensayos libres”. Pero no contempló ningún período de transición en el ámbito político y abogó por la supresión inmediata del Estado.”[43]
El 31 de julio, el gobierno catalán emitió una orden reconociendo los derechos de los comités de fábrica creados de forma espontánea y asegurando los sueldos de los trabajadores. A esto, le siguió el 2 de agosto un decreto sobre el control estatal de todas las industrias abandonadas por sus propietarios. Los anarcosindicalistas consideraban la política económica de la República en Madrid como conservadora y perjudicial para la revolución[44]; mientras que el gobierno catalán, por otro lado, dado el abrumador predominio de la CNT allí, se vio obligado a aprobar una legislación mucho más radical.
El 7 de agosto, se creó una colectividad de 800 empresas para su conversión en producción bélica (inexistente en Cataluña en el momento). Algunos meses más tarde, incluso políticos burgueses como Companys destacaron la extraordinaria función de los los obreros industriales en la construcción espontánea de una previamente inexistente industria armamentística. Los comunistas, por su parte, presionaron por el control de Madrid, dando lugar a nombramientos políticos y a una proliferación de burócratas. En los primeros meses de la industria en general, el nuevo sentido de la responsabilidad de los trabajadores condujo a menudo a un aumento de la productividad[45]. Sin embargo, el primer error anarquista fue el abandono de una perspectiva general de la economía y la tolerancia por demasiado tiempo del ciego “egoísmo empresarial”. Fuera de esta tensión y de otros muchos factores “externos”, a finales de 1937 la planificación y dirección centralizadas en forma de empresas nacionales ya habían asumido el mando.
En este flujo acelerado de acontecimientos, prácticamente día a día, es casi imposible separar los ámbitos políticos, militares y económicos que aplastaron gradualmente la euforia inicial de julio; sin duda, las decisiones políticas y económicas influyeron en la estrategia militar, como ya se ha visto en los problemas de Marruecos, la guerra de guerrillas tras las líneas franquistas y “la profesionalización” de las milicias iniciales. A principios de septiembre de 1936, Largo Caballero, el político socialista apodado “el Lenin español”, se convirtió en primer ministro y ministro de Defensa de la República e impulsó la creación de un mando militar centralizado. En este contexto, el Partido Comunista extendió su influencia en el Ministerio de la Guerra. El comandante estalinista “El Campesino”, después de su ruptura con el PCE, dijo años después que los rusos habían equipado especialmente a su Quinto Regimiento, que era una fuerza virtualmente independiente, lo que atrajo a los oficiales prorepublicanos por su mayor eficiencia. El 6 de septiembre, los anarquistas en Asturias aceptaron la militarización, al igual que Ricardo Sanz, el sucesor de Durruti. La militarización significó el regreso de la jerarquía de rango, los uniformes, el saludo y el final de las asambleas democráticas para elegir a los comandantes y decidir sobre la estrategia. La militarización comenzó el 29 de septiembre y la primera ayuda soviética llegó a principios de octubre, fortaleciendo aún más al PCE y al PSUC, que estaban creciendo rápidamente, gracias al reclutamiento de asustados elementos de la clase media y de campesinos propietarios que temían por sus propiedades. Como si quisieran llamar la atención, en septiembre de 1936 las fuerzas de Franco tomaron Irún y San Sebastián, en el Norte.
También en septiembre de 1936, la CNT, el PSUC y el POUM entraron en la Generalitat catalana y la CNT aceptó la disolución voluntaria del Comité Central de Milicias, que había sido el gobierno de facto de Cataluña desde la revolución. Poco después, la CNT demandó la socialización de los bancos, de las propiedades de la Iglesia, de los latifundios, de las grandes empresas comerciales y del transporte, el control obrero sobre la industria y el comercio privado y la gestión por parte de los sindicatos de los medios de producción y de intercambio.
Joan Porqueras i Fàbregas, otro economista y proto-tecnócrata de la CNT, aceptó, desde el 25 de septiembre hasta el 17 de diciembre, el cargo de “Consejero de Economía” de Cataluña, emitiendo durante su gestión 25 decretos para la regulación de la economía y 86 órdenes relacionadas. Bajo su concepto, la producción debía estar coordinada a través de consejos industriales constituidos por los sindicatos y éstos a su vez estarían bajo un sistema más elevado de coordinación, el Consejo de Economía, que no solo “orientaba” la economía, también la “regulaba” por medio de diferentes organismos técnicos. Cuando Fábregas asumió el cargo, la economía catalana se encontraba en “caos y desorden”. El 2 de octubre, hizo un llamamiento a los trabajadores catalanes para detener las ocupaciones hasta que hubiera pautas homogéneas para la transformación económica, pero esta llamada no recibió respuesta. La tensión sobre las colectivizaciones surgió rápidamente en el Consejo de Economía entre los republicanos de izquierda, el PSUC y la UGT, por un lado, y el POUM, la CNT y la FAI por el otro.
Como reflejo de la creciente influencia de las fuerzas conservadoras, el 7 de octubre la República expidió un decreto favorable a los terratenientes y diseñado para controlar las colectivizaciones y frenar una mayor difusión. En la primavera de 1937, las unidades policiales y militares controladas por los comunistas comenzaban los ataques a las colectividades; y ya en octubre de 1936, en el municipio aragonés de Monzón, la CNT y la cada vez más criptocomunista UGT se habían enfrentado en una escaramuza en la que treinta personas fueron asesinadas.
Más adelante, el 23 de octubre, la CNT catalana y la UGT firmaron un programa de acción que no hacía ninguna mención de la socialización. Con la firma, la CNT esperaba (en vano) obtener armas para sus milicias desarmadas en el frente de Aragón, para acabar con la campaña de calumnias contra ella y, finalmente, para calmar a la pequeña burguesía y a las clases medias campesinas, que abandonaban la CNT para unirse a la más moderada UGT.
Al día siguiente, el dirigente de la CNT Juan García Oliver, que había sido jefe de asuntos militares del Comité Central de Milicias, impulsó la creación de una escuela de formación de oficiales. Abad de Santillán, por otro lado, era un fuerte opositor de la militarización[46], al igual que Camillo Berneri, un conocido anarquista italiano que se encontraba luchando en España. La militarización no solo significaba (como se ha indicado anteriormente) uniformes, rango y saludo, sino también el nombramiento de comisarios políticos.
Los anarcosindicalistas de la CNT vieron el decreto catalán sobre las colectivizaciones como una manera de controlarlos. En ese momento, en el Consejo de Economía, había anarquistas, Poumistas, socialistas y republicanos de izquierda: la UGT y la CNT tenían tres delegados cada una, el PSUC, el POUM y la FAI dos cada uno y otras varias organizaciones se repartían los demás. Improvisaron su programa sobre la marcha de los acontecimientos. Para la CNT y la FAI, la entrada en el Consejo de Economía supuso alejarse un poco más de su postura “apolítica”.
El consejo anunció la creación de la Caixa de Crèdit Industrial i Comercial (CCIC), diseñada para proporcionar créditos a las colectividades y nacida de la experiencia de las primeras colectivizaciones. En estos primeros meses ya se había manifestado un “egoísmo de empresa”. La Caixa también se creó para eludir la mayoría criptocomunista de la UGT entre los empleados de banca y la dependencia de la mayoría de los bancos de su sede central en Madrid. Con un año de retraso en su creación, la CCIC no se abrió formalmente hasta el 10 de noviembre de 1937, momento en el que la influencia anarquista en general se encontraba en grave declive, a pesar de su elevado número. Las cosas se complicaron enormemente por la caída constante de la producción industrial catalana desde julio de 1936 en adelante.
En estas deliberaciones, la CNT había visto su error inicial y quería evitar que los trabajadores pensasen en sí mismos como los nuevos dueños de sus fábricas individuales en lugar de motivarse por la solidaridad con otros sectores de la economía. El 31 de octubre de 1936, Fábregas emitió órdenes desarrollando el decreto del 24 de octubre para limitar las acciones espontáneas de los trabajadores y para controlar la producción en la medida de lo posible. De aquí en adelante, el control de una empresa por parte de los trabajadores requería muchos documentos, dándole pleno control al Estado.
A través de estos esfuerzos en la coordinación de la economía catalana, el sempiterno y “ascético” concepto anarquista de un nuevo orden estaba presente. Ya hemos mencionado el desprecio de los anarquistas por el dinero y su falta de interés en la colectivización de los bancos debido a esto. Por su parte, Federica Montseny, una personalidad destacada de la CNT, dijo que el viejo sueño de la abolición inmediata del dinero era “revolucionarismo infantil”. La CNT sustituyó la palabra “salario” por “asignación”, pero, en realidad esto a menudo no era más que a semántica. En el anarquismo rural de Andalucía, el principio de “toma lo que necesites” del almacén colectivo dio paso a un salario familiar diferenciado según las necesidades específicas. Las cartillas de racionamiento se complementaron con “dinero para gastos” para “vicios” personales (vino, cigarrillos) y excursiones fuera del pueblo; y en las colectividades catalanas, rara vez se suprimió el dinero. En muchos colectivos “anarcocomunistas”, el individualismo volvió a imponerse; la salida de un par de pequeños propietarios llevó en ocasiones a la disconformidad del colectivo. Las libretas o cartillas de consumo se convirtieron en una práctica común. Los milicianos en el frente enviaban ahorros para su colectivo, no a sus familias. Con todo, la falta general de contabilidad hace difícil emitir un juicio sobre el funcionamiento de los colectivos agrarios.
La ofensiva de Franco contra Madrid era inminente. A principios de noviembre, después de un fuerte debate interno, Juan García Oliver y otros tres miembros de la CNT aceptaron carteras ministeriales en el gobierno de Largo Caballero en el gobierno central de Madrid. Esto dio lugar, como se indica anteriormente, a la participación anarquista en los gobiernos municipales y regionales. García Oliver se convirtió en Ministro de Justicia[47], Juan Peiró, el economista “Treintista”, Ministro de Industria, Juan López Sánchez, otro Treintista, Ministro de Comercio y Federica Montseny Ministra de Sanidad.
A los cuatro cenetistas les cogió por sorpresa, durante su primera reunión del gabinete, tener que dar la orden superior del traslado de la capital desde la sitiada Madrid a Valencia. Sintieron, de hecho, que les habían invitado al gobierno precisamente para dar cobertura a esta evidente retirada, a la que se oponían. Franco tenía previsto asistir a misa en Madrid al cabo de una semana, pero esa misa se pospuso dos años y medio; sin embargo, durante la batalla que siguió, el gobierno de Largo Caballero trasladó su capital a Valencia.
La batalla de Madrid comenzó el 6 de noviembre. Lejos de intimidar a la población, los bombardeos indiscriminados de las fuerzas franquistas la sacaron a la calle, siguiendo la estrategia del “pueblo en armas” que después teorizó Guillén. Las Brigadas Internacionales llegaron el 10 de noviembre y desempeñaron un importante papel, al igual que los anarquistas de la Columna Durruti. No obstante, el 19 de noviembre, murió Durruti, probablemente a manos de un francotirador fascista. Él, más que ninguna otra figura, era “el” símbolo de la revolución libertaria en España, de hecho, unos días más tarde, un millón de personas marcharon en Barcelona en su recuerdo. La batalla por Madrid continuó en enero de 1937, antes de que se estancase en un punto muerto que solo se rompería en marzo de 1939.
La institucionalización estatista de la revolución siguió avanzando a buen ritmo. En diciembre de 1936, la Generalitat catalana se reorganizó con la CNT asumiendo la consejería de defensa. La ayuda soviética también alcanzó su punto máximo en ese momento, la mayor parte destinada a sus partidarios políticos y militares; el embajador soviético, Marcel Rosenberg, se reunía con Largo Caballero diariamente, a menudo durante horas. A principios de 1937, el gobierno decretó que se restablecieranlos consejos municipales ordinarios, que habían sido sustituidos por comités revolucionarios. Un pleno criticó las deficiencias de las colectividades hasta la fecha por mala organización, falta de gestión técnica, ideas económicas extravagantes y poca experiencia. Se abordaron nuevos esfuerzos de unidad entre la CNT y la UGT: a mediados de enero, los anarcosindicalistas reclamaban una economía de planificación centralizada y el 30 de enero de 1937, se aprobó una ley destinada a la concentración de todas las empresas colectivizadas. El 8 de febrero supuso nuevo revés con la caída de Málaga, cuyo comandante anarquista fue condenado a muerte bajo la presión del Partido Comunista, aunque fue indultado más tarde después de que una investigación revelara la igual culpabilidad del PCE en la debacle.
Esta tensión ascendente entre el PCE-PSUC y las fuerzas a su izquierda, el POUM y la CNT-FAI, llegó a un punto crítico en mayo de 1937 en Barcelona[48]. Durante meses, los medios de comunicación estalinistas habían estado inundando la República y el mundo con acusaciones al POUM de “trotskista-fascistas”; por el contrario, con los anarquistas, se vieron obligados a permanecer más prudentes, evaluando acertadamente que bien podrían perder un enfrentamiento militar directo. Las celebraciones del Primero de Mayo se cancelaron por temor a un estallido de los conflictos entre la CNT y la UGT. La central telefónica del centro de Barcelona estuvo dominada por la CNT desde julio de 1936 y el jefe de la policía comunista de Barcelona llegó allí con la intención de tomar el edificio. La situación se agravó con la CNT, el POUM, los Amigos de Durruti[49] y las Juventudes Libertarias levantando sus barricadas frente a las del PSUC y la UGT. (Los estalinistas también estaban decididos a destituir a Largo Caballero como primer ministro, con todo su prestigio, aún intacto, entre la clase obrera española. Largo Caballero, cansado del PCE-PSUC y de la presión soviética sobre su gobierno, había emitido un decreto el 21 de abril por el que se requería su aprobación personal de todos los Comisarios y durante los meses que precedieron su orquestado derrocamiento se acercó a la CNT.) El POUM y Juventud Comunista Ibérica se situaron rápidamente hacia la izquierda y estaban trabajando con los Amigos de Durruti. El enfrentamiento continuó el 4 de mayo, y desde Valencia, Juan García Oliver y Federica Montseny transmitieron llamamientos por radio a sus compañeros para deponer las armas y volver al trabajo; de los cuales se hizo eco el diario de la CNT, Solidaridad Obrera. Las columnas anarquistas en el frente, preparadas para marchar hacia Barcelona y Madrid, se pararon en seco[50]. El 5 de mayo, el anarquista italiano Camillo Berneri murió asesinado por los estalinistas. Destructores británicos aparecieron junto a la bahía, rumoreándose que estaban preparándose para intervenir. Los combates se extendieron a los suburbios de Barcelona y otras ciudades a lo largo de la costa, sofocados por 4.000 Guardias de Asalto republicanos, la fuerza policial de élite, que llegó desde Valencia. Al amanecer del 7 de mayo, la CNT emitió otro llamamiento por radio a la “normalidad”. El 8 de mayo, la ciudad estaba finalmente tranquila, con cientos de muertos y miles de heridos. La brecha entre los anarquistas en las calles y los ministros de la CNT en Valencia ya era insalvable.
Políticamente, la revolución que comenzó en julio de 1936 estaba muerta. Quedaban, sin embargo, las labores de destrucción de las colectividades industriales y agrarias y lidiar con los todavía considerables regimientos de la CNT-FAI en el frente, con todo lo profesionalizados que se hubiesen vuelto[51].
Los cuatro ministros de la CNT-FAI dejaron el gobierno de la República a raíz de los sucesos de Barcelona, poco después dimitió Largo Caballero. Según informaron a los trabajadores en un balance de su actividad, los anarquistas, viendo los signos de los errores que dejaron a su paso, no se hacían ilusiones. La oposición de Largo Caballero y de todos los defensores del statu quo bloquearon los proyectos del ex-ministro de Comercio Juan López: “Debemos reconocer la inutilidad de nuestra participación en el gobierno en el ámbito económico.” La CNT hizo una nueva propuesta de unidad a la UGT que quedó en nada. El 25 de mayo de 1937, el gobierno emitió un decreto que exigía a las empresas colectivizadas unirse a un registro mercantil, convirtiéndose así en “personalidades judrídicas” legales sucesoras de las antiguas empresas que habían reemplazado. “La legalización de la colectivización condujo, a través del control del estado, al fracaso de la revolución, los últimos pasos de esta política, exitosamente impulsada por los comunistas y energéticamente apoyada y tolerada pasivamente por los anarquistas, fueron abiertamente visibles después de la crisis de mayo 1937…”[52] El 18 de junio, el gobierno exigió el registro de todas las emisoras de radio y dos meses más tarde prohibió toda crítica de la Unión Soviética.
A finales de junio, también se expulsó a la CNT de la Generalitat y se prohibió temporalmente su diario Solidaridad Obrera. En agosto, el estalinista general Líster comenzó sus ataques contra las colectividades rurales de Aragón y se expulsó al POUM del Consejo de Economía catalán.
La ofensiva estalinista en todas las instituciones de la República continuó sin cesar. En el Congreso de la UGT del otoño de 1937, el estalinista catalán Ruiz Ponsetí, miembro del PSUC, propuso la eliminación de los delegados sindicales en todas las empresas, reprochando el “exceso de la intervención del principio democrático en la constitución de los consejos de empresa”. Los acontecimientos estaban empujando a los libertarios en la misma dirección, en septiembre de 1937, el Congreso de la CNT, la FAI y las Juventudes Libertarias exigió la nacionalización inmediata de todas las industrias de guerra, comercio exterior, minería y actividades bancarias, así como la municipalización de la vivienda, los servicios públicos y las asistencias sanitarias y sociales. Concedieron la necesidad de empresas privadas en la industria ligera, el comercio minorista y la pequeña propiedad agraria, lo que suponía una auténtica desviación del programa de Zaragoza y de la línea anarquista “pura”. Al igual que en los sucesos de mayo de Barcelona, el congreso mostró el emergente divorcio entre la base y los dirigentes de la CNT, un claro proceso de “oligarquización”[53]. La asamblea declaró: “La CNT ha entendido que no puede haber una economía próspera, colectivamente hablando, sin un control centralizado y sin la coordinación de sus aspectos administrativos.” El 20 de noviembre de 1937, la Generalitat emitió el “decreto de intervenciones especiales” dándole el control al gobierno de los inspectores de fábricas elegidos por los trabajadores. Como respuesta a esta y a otras novedades, los anarquistas atacaron, en particular, la “multiplicación de los ejércitos de parásitos” y la impenetrabilidad de las innumerables comisiones. El 1 de diciembre, Ruiz Ponseti dijo, en el Consejo de Economía, que los directores nombrados por los trabajadores carecían de la formación técnica necesaria y por lo tanto no eran aptos para asumir puestos de dirección.
En enero de 1938 tuvo lugar otro congreso de la CNT. “La tendencia a la centralización y concentración de fuerzas en la directiva del sindicato era patente en este congreso…”[54] Se prescindió del formato asambleario anterior y tuvo, en su lugar, una agenda preparada. De una manera sin precedentes, el Comité Nacional intervino directamente en todos los debates. “Con la creación de los inspectores de trabajo, los comités sindicales de control, los consejos administrativos y técnicos, los encargados de la distribución del trabajo (en muchos casos con poder para despedir a los trabajadores) y otorgando plenos poderes a los directivos… la CNT se convirtió en una organización burocrática centralista que abandonó el principio de autonomía de los trabajadores corrientes y de autodeterminación responsable por una reestructuración jerárquica y la planificación económica. El proceso de centralización impuesto por la guerra en todos los ámbitos no se quedó en las puertas de la propia organización sindical.” Vernon Richards, anarquista Inglés, dijo que estas decisiones significaron el final de “la CNT como organización revolucionaria controlada por sus miembros.” Bernecker coincidió: “El abandono… del programa económico anarquista original debe atribuirse, por una parte a sus debilidades interpretativas y a una concepción simplificada del proceso económico, que no se entendió en absoluto, y por otra parte, debido a la guerra, la inevitable centralización económica y la planificación global abogaron desde el principio por los comunistas… el proceso que culminó de la configuración económica “libertaria” al intervencionismo dirigido del Estado, desde la declaración programática de septiembre 1936 hasta el Pleno Económico Ampliado (1938), mostró la adopción de esquemas autoritarios de organización de la industria en la estructura interna de la CNT”.
Los Amigos de Durruti rechazaron este proceso. “Los Amigos de Durruti tenían una posición intransigente cerca del ala trotskista del POUM. Llamaban a la la lucha, no solamente contra los comunistas del PCE y el PSUC, los partidos burgueses, el Estado, el gobierno, etc. sino también contra la línea moderada de los comités de la CNT y de la FAI. Reivindicaban una nueva revolución.”[55]
IV. Colectividades agrarias
Pasó casi un año antes de que la CNT crease una organización agraria que atañera a todo el territorio republicano (la Federación Nacional de Campesinos). En el verano de 1937, sus principios estaban en abierta contradicción con ciertos postulados básicos anarquistas; las decisiones obligatorias adoptadas a nivel nacional eran incompatibles con las decisiones tomadas “desde abajo”. Como apunta Bernecker, “después de un primer período de solidaridad sacrificial, el apoyo mutuo y la ayuda altruista, los sindicatos (al igual que ocurrió en la industria) tuvieron que luchar en muchas colectividades agrarias prósperas contra el “neocapitalismo” de estos últimos, que no querían ayudar a otros colectivos en déficit…”[56]
a) Cataluña
En Cataluña, en un principio, solo hubo criterios informales para el ingreso en las colectividades rurales y la CNT afirmó en repetidas ocasiones que los pequeños propietarios no tenían que temer por su propiedad. El alquiler, la electricidad, el agua, las medicinas y los asilos para ancianos y enfermos eran gratuitos. Pero, ya en agosto de 1936, el Gobierno catalán creó la afiliación obligatoria de los campesinos independientes en el sindicato de campesinos catalanes, una medida destinada a crear un contrapeso a la influencia de la CNT en las colectividades industriales. Los agricultores arrendatarios se sintieron atraídos por el PSUC (de nuevo, el PCE en Cataluña) por su propaganda dirigida a los pequeños propietarios campesinos. En enero de 1937, el gobierno catalán estaba tratando de sabotear colectividades rurales, sin embargo, un congreso regional de campesinos de la CNT, puso colectividades bajo el control de la CNT, la UGT y el sindicato de productores rurales y reconoció el uso del dinero en el futuro inmediato. En Cataluña, había tal vez 200 colectividades rurales, pero allí no eran tan importantes como las explotaciones privadas. En julio de 1937, la Generalitat expropió, sin indemnizaciones, fincas rurales pertenecientes a personas que apoyaron la sublevación fascista. En agosto de 1937, tras los sucesos de mayo, el gobierno catalán emitió un decreto para la regulación y el reconocimiento de las colectividades rurales, ampliando el control estatal sobre ellas.
b) Aragón
Gran parte de Aragón había caído inicialmente tras el golpe de Franco. Muchas colectividades se establecieron allí como columnas de milicianos recuperando el territorio perdido en el camino para liberar Zaragoza, entre ellas la columna Durruti, que propagó la colectivización con cerca de 450 colectividades en total[57].
A mediados de febrero de 1937, se creó la Federación de Colectividades de Aragón para “coordinar el potencial económico de la región”. La federación elaboró una cartilla de racionamiento familiar estandarizada e hizo proyectos para crear granjas experimentales, guarderías y escuelas técnicas rurales. Las federaciones comarcales se crearon para ocuparse de radios, correos, telégrafos, teléfonos y medios de transporte. Las armas se distribuyeron entre los miembros de las colectividades y otra federación estableció almacenes centrales. La electricidad se extendió a los pueblos y se construyeron hospitales. En abril de 1937, una colectividad permitió la abstención si se deseaba, como había ocurrido en el Levante. Las colectividades implementaron el trabajo obligatorio para todos aquellos entre 18 y 60 años, a excepción de las mujeres embarazadas y aquellas encargadas del cuidado de niños. Existían clases nocturnas de alfabetización. Las asambleas plenarias elegían un comité ejecutivo que era inmediatamente revocable. Las elecciones se llevaban a cabo sobre la base de un miembro, un voto, sin importar como de grande o pequeña fuese la contribución inicial de tierra, herramientas y animales para el colectivo de cada persona.
En realidad, la CNT-FAI no había hablado nunca de “colectividades agrarias” antes de la guerra. En Aragón, la CNT improvisó nuevos métodos para el intercambio de bienes sin “dinero”. Estas formas variaban a menudo de pueblo en pueblo y muchas veces eran incompatibles. Borkenau hizo hincapié en la dimensión ética de los colectivos anarquistas y de la supresión de dinero.
En agosto de 1937, el general estalinista Enrique Líster, como parte del llamamiento del Partido Comunista a los pequeños terratenientes, atacó a la mayoría de las colectividades de Aragón. (La propaganda comunista retrataba a las colectividades acusándolas de ineficientes y de haber sido creadas por la coacción violenta (!)) Cientos de anarquistas fueron detenidos, se excluyó a miembros de la CNT de la participación en las asambleas municipales, se destruyeron muchas colectividades y su tierra se volvió a privatizar; incluso se abrieron y saquearon graneros para exigencias militares. Sin embargo, algunos colectivos se reconstituyeron más tarde. El Partido Comunista dio marcha atrás en su campaña contra la colectivización; había asustado a los miembros de las colectividades que interrumpieron el trabajo y volvieron a cultivar pequeñas parcelas de su propiedad, amenazando la cosecha del otoño.
c) El Levante
La Federación Regional de Campesinos de Levante (FRCL) se reunió en Valencia del 18 al 20 septiembre de 1936. En ese momento, se había incautado el 13,2% de la tierra del Levante y un tercio se había organizado en colectividades, aplicándose la colectivización total y la eliminación del dinero en algunas de ellas[58]. En 1938, todas las colectividades tenían sus propias escuelas. La FRCL era la parte superior de una pirámide de organizaciones, empezando por sindicatos y colectivos locales, subiendo a la federación de cada comarca y después a las federaciones provinciales. La FRCL tenía un considerable número de contables para coordinar los esfuerzos a un nivel superior. El congreso también decidió no interferir en las parcelas privadas si sus dueños no entorpecían las colectividades. Sin embargo, el 7 de octubre, se presentó un decreto sobre la tierra favorable a los terratenientes, diseñado para controlar las colectividades y frenar su proliferación. En la primavera de 1937, la policía y los militares comenzarían sus ataques a las colectividades. No obstante, en 1938, había entre 500 y 900 colectivos en el Levante en los que participaba el 40% de la población.
Al margen de las colectividades del Levante, en octubre de 1936, la CNT y la UGT crearon el CLUEA (Consejo Levantino Unificado de la Exportación Agrícola), una cooperativa regional para la exportación de naranjas, un importante cultivo levantino. El CLUEA se diseñó para eliminar los intermediarios y recaudar, además, moneda extranjera para la República; sin embargo, se encontró con la hostilidad del gobierno central. Borkenau también informó de una batalla entre la CNT y el PCE, con los últimos defendiendo a los campesinos ricos[59].
d) Otras zonas
También en julio de 1937, se produjeron enfrentamientos armados entre anarquistas y comunistas en la Castilla rural. Este fue, de entre muchos, un caso claro donde la política aparentemente “económica” era inseparable de la estrategia militar; Daniel Guérin, en su libro El anarquismo, argumenta que la ambivalencia del Gobierno de Valencia sobre las colectividades contribuyó a la derrota de la República, los campesinos pobres no vieron la importancia de luchar por ella.
e) La coordinación nacional
En junio de 1937, cuando la corriente se había vuelto contra ella a raíz de mayo de 1937, los grupos rurales de la CNT crearon una organización nacional, y celebraron un Congreso Nacional de Organizaciones Regionales Campesinas. La Ley de Legalización Temporal de Colectividades Agrarias se aprobó ese mismo mes, diseñada para asegurar las cosechas durante el siguiente año antes de que los campesinos se apartasen de la Confederación bajo la presión del gobierno. Entre 1936 y 1937, el Instituto de Reforma Agraria entregó 50 millones de pesetas a aquellos colectivos que aceptaron la intervención del Estado, dejando así fuera a la CNT. Muchas personas que habían sido expropiadas en el verano de 1936 estaban tratando de recuperar su tierra. Según Bernecker, a partir de agosto de 1938 se contabilizaban 2213 colectividades legalizadas, pero Robert Alexander señala una cifra mucho más elevada[60]; en total, tres millones de personas de una población agraria de 17 millones estaban involucradas en la economía rural colectivizada. Malefakis[61] estima que las colectividades ocuparon dos terceras partes de toda la tierra cultivada; sin embargo, no había en el País Vasco, Santander y Asturias. De acuerdo con Bolloten, una gran parte de la población rural se resistió a la colectivización. Las diferentes colectividades tenían también distintas reglas, no obstante, en general, establecieron escuelas, construyeron muchas bibliotecas y ateneos (centros sociales) y algunos hospitales y residencias de ancianos. Además, establecieron una edad oficial de jubilación y cerraron burdeles.
En julio de 1937, la FAI celebró un congreso peninsular en Valencia; esto marcó el fin del anarquismo “clásico” español. La asamblea votó por renunciar a la laxa estructura interna de “grupos de afinidad” y los reemplazó con “agrupaciones territoriales”.
V. Más sobre políticas y acontecimientos militares
Con el fin de subrayar el proceso constante de adaptación anarquista a las instituciones del Frente Popular, hemos hecho, hasta cierto punto, un paréntesis de los acontecimientos militares que fueron simultáneos a los sucesos políticos y económicos antes descritos. Ahora intentamos completar esta imagen desde el punto de vista militar, después del giro político decisivo de mayo de 1937.
En diciembre de 1937, en pleno invierno, las fuerzas republicanas atacaron y ocuparon Teruel, por desgracia, la ciudad más fría de España; con decenas de miles de bajas en ambos bandos, muchas debidas a la alimentación y vestimenta inadecuadas en temperaturas bajo cero, los fascistas recuperaron la ciudad en febrero de 1938. Fue, de nuevo, un caso claro de estrategia militar inseparable de la política. El comandante ex comunista El Campesino escribió muchos años después que se sacrificó a las tropas anarquistas deliberadamente para desacreditarlas y desbancar a Indalecio Prieto, miembro del PSOE, como ministro de Defensa[62]. Ese mismo mes de 1938, las tropas franquistas ocuparon todas las colectividades de Aragón, completando el trabajo de demolición iniciado por el general Enrique Líster el agosto anterior.
El 18 de marzo de 1938, impulsadas por la caída del frente de Aragón, la CNT y la UGT firmaron un programa común, descrito en su momento como “el gran abrazo entre Bakunin y Marx”. El PCE y el PSUC promocionaron ampliamente el programa como un importante paso adelante para la unidad sindical; este demandaba la nacionalización (en oposición a las colectivizaciones anteriores) y subrayaba el respeto a los campesinos individualistas. El verdadero objetivo del PCE-PSUC era, sin embargo, excluir a los sindicatos del gobierno, ya que la CNT seguía siendo el mayor sindicato. Otras concesiones por parte de la CNT incluyeron el fin del sistema federado de “municipios libres” y la creación de entidades más estratificadas. El pacto fue “el mayor abandono de los anteriores principios e ideales en la evolución ideológica del anarcosindicalismo español.”[63] Poco después de la firma, la CNT y la UGT entraron en el gabinete de Juan Negrín[64]; pero, con los avances militares en curso, la realización del programa anarquista-socialista pasó a un plano muy secundario. La CNT, el sindicato anarquista con más de un millón de miembros, terminó ratificando el tradicional patriotismo nacional.
El 5 de abril de 1938, las tropas de Franco se dirigieron al Mediterráneo, reduciendo la República a la mitad. El 30 de abril, la CNT, en un ingenuo intento desesperado, intentó de algún modo deducir una confirmación de su propia política agraria en los “trece puntos” de los objetivos de guerra del gobierno de Negrín (al parecer, inspirados en los Catorce Puntos de Woodrow Wilson)[65]. En realidad, a pesar de tener más de un millón de miembros, se había eliminado a la CNT de todos los centros importantes de poder[66] y se había visto obligada a renunciar a todas las demandas de “municipalización” o “socialización” de la tierra; tanto el PCE como el POUM habían abogado por la mera nacionalización. El acuerdo reflejó los llamamientos comunistas a los pequeños y medianos terratenientes, que habían sido el 31% de todos los miembros del PCE en febrero de 1937. Sin embargo, en mayo de 1938 la prensa anarquista seguía afirmando que 2000 empresas habían adoptado términos del decreto de colectivización.
Como expone Thomas, “…antes de la primavera (de 1938), los dirigentes anarquistas habían justificado su consentimiento a tantas humillaciones ante los comunistas porque sentían que serían capaces de llegar a un acuerdo después de la guerra, pero, los desastres en Aragón habían sugerido claramente que se podía perder la guerra. Por tanto, la crisis en el movimiento, retumbó durante todo el verano, incluso con mayor intensidad desde los ministerios hacia abajo, ya que los miembros de la CNT todavía ocupaban cargos en el gobierno”[67].
(De hecho, algunos políticos republicanos favorecieron la dilatación de la guerra perdida con el convencimiento de que el inminente estallido de la Segunda Guerra Mundial obligaría a los aliados a intervenir del lado de la República. Stalin, por su parte, iba perdiendo interés en España mientras preparaba propuestas a Alemania, dando lugar al Pacto Stalin-Hitler en agosto de 1939.)
Como para confirmar el nuevo equilibrio de fuerzas, en mayo de 1938, 5500 de las 7000 promociones del ejército eran miembros del Partido Comunista. En julio de 1938, comenzó la última gran ofensiva republicana de la guerra, cuando sus ejércitos cruzaron el río Ebro en Aragón; el 60% de las tropas en el frente eran de la CNT. Dado que prácticamente toda la ofensiva se llevó a cabo bajo los comandantes comunistas, las unidades anarquistas permanecieron en el frente durante largos períodos sin descanso, mientras descansaban las unidades del PCE. (Mientras tanto, la Guardia de Asalto y los Carabineros, bien armados y alimentados, estaban en la retaguardia y no fueron enviados al frente hasta la fase final del ataque franquista en Cataluña.) El 15 de noviembre de 1938, admitiendo la derrota, las tropas republicanas se retiraron de nuevo hacia el Ebro. Fue el principio del fin.
Los últimos meses de la guerra, hasta la victoria final de Franco el 31 de marzo de 1939, supusieron un final de los intentos republicanos para rescatar un acuerdo de paz negociado, intentos que Franco desestimó desdeñosamente. No obstante, estos meses estuvieron marcados por un episodio curioso, el golpe de Casado contra Negrín, apoyado militarmente por Cipriano Mera, el comandante anarquista del IV Cuerpo de Ejército.
El coronel Segismundo Casado era comandante del Ejército del Centro, en Madrid. No era un personaje inequívoco, pero se oponía al ostensible plan de Negrín de luchar hasta el final, aun cuando muchas personas de su gabinete ya estaban recibiendo pasaportes y preparándose para partir hacia Francia. Casado discutió con Negrín sobre la rendición, señalando las desesperadas condiciones materiales en Madrid y lo que quedaba del ejército republicano. Su verdadera cólera estaba dirigida a los comunistas, que también pedía una lucha hasta el final y a quienes había visto una y otra vez inmiscuirse en los asuntos militares para su propio beneficio. El 28 de febrero, Gran Bretaña y Francia ya habían reconocido el gobierno de Franco. Casado dispuso de apoyos entre los principales líderes militares no comunistas, insistiendo en que él podría conseguir mejores condiciones de paz de Franco que Negrín. El comandante de la CNT, Cipriano Mera, trasladó sus tropas a la sede de Casado en Madrid el 4 de marzo y esa noche se emitió un manifiesto anunciando el golpe de Estado, argumentando de nuevo por una paz negociada. Al día siguiente, los comandantes comunistas se trasladaron a Madrid y el 7 de marzo la mayoría de la ciudad estaba bajo su control. El día 8 tuvieron lugar el día 8. Las tropas de Mera capturaron las posiciones del PCE el día 9. El gabinete de Casado, de nuevo con ingenua esperanza, elaboró los términos de paz para futuras negociaciones con Franco; éstas incluían que no hubiera represalias, respeto hacia las fuerzas de combate, incluidos los oficiales, y veinticinco días para abandonar España para todos los que quisieran hacerlo. Se negoció una tregua con ambos bandos del golpe de Casado para que volviesen a sus posiciones del 2 de marzo. Se calcula que 5000 soldados republicanos de ambos lados murieron en el combate cuerpo a cuerpo. En opinión de muchos anarquistas, se trataba de algo que debería haber ocurrido en mayo de 1937.
Casado, encargado ahora de negociar la rendición con Franco, trató de ganar tiempo para permitir huir a la gente. “Franco expresó su satisfacción por que le hubiesen solventado el problema de aplastar a los comunistas”[68]. Casado consiguió más concesiones que Negrín y solamente ganó tiempo para que abandonase España la éltie republicana, pero no para la gente corriente. El 31 de marzo de 1939 la Guerra Civil había terminado.
VI. Cómo toma hoy el relevo la clase obrera
“Poco a poco, formaron una magnífica unidad de gente de todas las clases y todos los partidos que entendían, como nosotros, que la revolución es algo diferente a la lucha en las calles y que, en una verdadera revolución, los que tienen el espíritu y la voluntad de contribuir al proyecto común con su ayuda física, intelectual, administrativa o técnica, no tienen nada que perder.” Por qué Perdimos la Guerra (1940) Diego Abad de Santillán.
Nuestra intención principal aquí ha sido explorar las consecuencias de las largas décadas de postura “apolítica” y “antipolítica” del movimiento anarquista español. Conocemos el resultado de su decisión de permitir, en primer lugar, que se mantuviese el estado burgués[69], y luego a unirse a él, pero, no podemos saber lo que habría ocurrido si, en su lugar, hubiesen “ido a por todas”.
Es evidente que la revolución española sufrió aún más que la revolución rusa por el aislamiento internacional. Entre 1917 y 1921, no solo existían movimientos radicales de masas en treinta países, sino que también las mismas potencias capitalistas principales se habían debilitado y desprestigiado por cuatro años de absurda masacre mutua. Sin los servicios contrarrevolucionarios que ofreció de buena gana la socialdemocracia en países clave, sobre todo Alemania, los capitalistas habrían estado perdidos.
En la actualidad, no podemos anticipar la situación concreta de una toma de poder (una revolución) de la clase obrera como hicieron los anarquistas españoles en su, hasta cierto punto, idílico congreso de mayo de 1936. Sin embargo, debido a la muy superior interconexión producida por la globalización, podemos asumir con seguridad que tal desarrollo no estará limitado a un solo país, por lo menos no por mucho tiempo. No obstante, podemos estar de acuerdo en que por el momento (2013) la izquierda radical internacional apenas presta más atención a la llamada de Abad de Santillán a pensar de forma más concreta sobre qué hacer en el período inmediatamente posterior a una toma revolucionaria exitosa que lo que lo hicieron sus homólogos hace más de 75 años.
Al igual que los anarquistas y anarcosindicalistas de la época (y hasta donde yo sé, en la actualidad) hoy, ninguna corriente militante importante, marxista o anarcosindicalista, ha dedicado serios esfuerzos a esbozar una transición concreta fuera del capitalismo. Siempre existe la siguiente reunión, la siguiente acción callejera, la siguiente huelga, los siguientes disturbios, la siguiente huelga de hambre en la cárcel, el siguiente episodio de violencia policial, y estos son, por supuesto, problemas reales. Pero semejante concepción típica del activismo en realidad reproduce con distinta apariencia la vieja formulación del reformista de mala reputación Edward Bernstein, en su debate con Rosa Luxemburgo, de “El objetivo final no es nada, el movimiento lo es todo”. El secreto es encontrar el “objetivo” en la vida diaria del movimiento, pero esto requiere un replanteamiento de las prioridades.
Ha habido muy buenas razones para esta elusión de una visión a largo plazo, que se remonta a la crítica de Marx de los detallados esquemas elaborados por los socialistas utópicos Owen, Fourier o los sansimonianos. (Hemos visto el vínculo entre este tipo de pensamiento utópico abstracto de principios del siglo XIX y el anarquismo clásico en la Tesis 4 de la Parte I anteriormente.) En la tradición de Hegel-Marx de una totalidad evolutiva automática, la respuesta ya está implícita en la pregunta y el Manifiesto advierte contra (de nuevo, como se cita anteriormente) cualquier “idea surgida de la cabeza de un reformador del mundo”, contraponiendo a ello el “movimiento real desplegándose ante nuestros ojos.” Y esta insistencia en la “inmanencia” de las soluciones, en contra de cualquier norma artificial impuesta desde fuera del proceso histórico mundial, es precisamente correcta.
Por lo tanto, nuestro método es diferente[70]. Partimos precisamente de un “inventario” inmanente de la producción material del mundo y sobre todo de la reproducción material de quienes se dedican a ella. Incluimos en esto la reproducción de la naturaleza, como el cambio climático, cuya solución, al igual que la de la distribución de los recursos mundiales, apunta, necesaria y evidentemente, más allá de las soluciones “localistas”[71] como las que a menudo frenaron a las colectividades industriales y agrarias en España. Esta es la totalidad concreta del método Hegel-Marx, “actuar sobre sí mismo” en la reproducción del mundo, empezando por la reproducción de la fuerza de trabajo. Nos fijamos en las luchas concretas de esta “fuerza de trabajo en contradicción consigo misma”, es decir el capital, desde los mineros de Marikana en Sudáfrica a los 120.000 “incidentes” (huelgas, disturbios, enfrentamientos por la confiscación de tierras) al año en China, las guerras contra la privatización del gas y del agua en Bolivia, las huelgas y disturbios en Grecia contra la austeridad de la Unión Europea, los intentos de los militantes de los trabajadores egipcios para encontrar un camino independiente tanto de los islamistas como de los militares, a la movilización de los empleados públicos en Wisconsin, Ohio o Indiana contra los ataques a sus salarios y beneficios. La mayoría de estos levantamientos, a menudo bastante impresionantes, son acciones de la clase “en sí”, de todos modos militante, en el camino de convertirse en una clase “para sí”, es decir, lista para plantear un orden social alternativo, basado en un (auto) reconocimiento de que sus protagonistas, una vez conscientes de sus tareas, son la alternativa incipiente. Buscamos en ellos pistas sobre la futura convergencia de una clase para sí misma, como por ejemplo en el creciente reconocimiento entre los trabajadores del transporte de su poder especial para cerrar “puntos críticos”, un talón de Aquiles de la “globalización”.
En 1936, España era una sociedad en la que la gran mayoría de los trabajadores y campesinos vivían en condiciones duras y al igual que en los levantamientos de la década de 1960 y 1970 (mayo-junio de 1968 en Francia, las huelgas salvajes en Gran Bretaña desde 1955 hasta 1972, las huelgas salvajes de América en 1970 en la automoción, los camioneros, la compañía de teléfonos, la oficina de correos, aunque reconociendo una gran transformación del nivel de vida) la autogestión democrática de los medios de producción existentes era el siguiente paso obvio programático.
Eso, evidentemente, sigue siendo muy importante en la actualidad, pero la decadencia galopante y la proliferación de actividades socialmente inútiles y nocivas (ya bastante evidente en 1970) ha alcanzado un nivel en el que tantos trabajadores votarían para abolir sus propios trabajos como para colocarlos bajo el control de los trabajadores, en una estrategia global, con toda la fuerza de trabajo por lo tanto liberada, para acortar radicalmente la jornada de trabajo. Este es un punto fundamental, que un movimiento revolucionario en desarrollo debe comunicar a las mayores capas de la sociedad actual. Los que trabajan en las burocracias estatales y corporativas, el sector de finanzas, seguros y bienes inmuebles, los cajeros de peaje, o el personal de seguridad nacional, para empezar, son en su amplia mayoría proletarios asalariados, al igual que los que producen bienes materiales, como los coches, el pan, el acero, o las casas, pero también, submarinos nucleares o armas de destrucción masiva (por ejemplo, los bombarderos no tripulados). Si bien es obvio que una sociedad después de la abolición la producción de mercancías ya no producirá estas últimas, el punto importante es que, por la fuerza del trabajo asalariado en su conjunto, no hay un acopio de fundamentos “reales” de valores de uso separados de las formas actualmente impuestas por el capital y todo será juzgado y transformado, en base a las necesidades globales una vez que la verdadera producción de valores de uso, centrada en la reproducción del valor de uso final, la fuerza de trabajo, sea posible. Los millones de automóviles y camiones que se producen anualmente pueden parecer empíricamente como “valores de uso” actualmente, pero hay que analizar su realidad en relación con el potencial existente de transporte masivo, tanto dentro de las ciudades como entre ellas, para determinar su verdadero “valor de uso” en la totalidad. La verdad, como demostró Hegel hace doscientos años, está en el todo y el movimiento revolucionario tiene que empezar a comunicar las realidades superiores a las capas más amplias, más allá de la mani de la próxima semana. La productividad potencial de las masas obreras, una vez embarcadas en la construcción de un nuevo mundo, es increíble. Volviendo brevemente a España: en 1936 en Cataluña, no había industria de guerra alguna. Después de la derrota en julio del golpe de Franco, 800 fábricas en Barcelona se transformaron en colectividades laborales, unieron sus recursos para crear una, en virtud de las necesidades apremiantes de la guerra. Según observadores militares extranjeros, los trabajadores catalanes en dos meses lograron una mayor transformación de fábricas para la producción bélica que Francia en los dos primeros años de la Primera Guerra Mundial.
Esperemos que nuestra revolución no arrastre las mismas necesidades urgentes de la guerra civil (aunque eso no se puede prevenir). La cuestión es más bien que las tremendas energías están hoy atascadas en las relaciones sociales capitalistas que, en las circunstancias adecuadas, pueden transformar totalmente lo que se percibe como “valores de uso”, una vez que los trabajadores comunes vean la “playa” bajo los “adoquines”, como decía una consigna en Francia en mayo de 1968.
Para concluir, una organización revolucionaria actual, debe aplicarse a sí misma este significado de la totalidad de “Hegel-Marx”. Esto significa, en primer lugar, una modesta apreciación de su propio verdadero valor en el desarrollo global más amplio de la “clase para sí”. Debe reconocer la prioridad del
“movimiento real” y ver como su objetivo principal su propia abolición como grupo aparte, una vez que se logren sus cometidos. Tiene que tratar de crear dentro de sí misma la mayor aproximación posible a las relaciones de una humanidad liberada en su propia vida interna, lo que significa la participación más profunda posible, por encima y más allá de las tareas diarias indispensables de la militancia, con el análisis de las fuerzas productivas mundiales y, antes que nada, de la fuerza de trabajo mundial, para ver la maduración de los métodos de lucha. Debe dar prioridad a “la educación interna”, empezando por la historia y la teoría del movimiento revolucionario. Tiene que tratar de abarcar todo lo válido de la cultura, la ciencia y la tecnología contemporáneas y atraer a los estratos culturales y técnicos que ven la necesidad de vincular su suerte a la de la revolución comunista. Debe familiarizarse con la estrategia militar, en las diferentes tradiciones de Engels, Trotsky, Makhno o Cipriano Mera (un antiguo obrero de la construcción). Debe preparar, en una palabra, el terreno para la toma de control de la producción y la reproducción. Cuanto mejor preparado de antemano esté el movimiento, más suave y menos violenta será la toma del poder.
Loren Goldner
Agosto de 2013
Notes
[1] Helmut Rüdiger fue un anarcosindicalista alemán, asociado a la AIT (Asociación Internacional de Trabajadores), militante en España desde 1933 hasta 1939.
[2] Partido Obrero de Unificación Marxista, acusado de “trotskista” por los estalinistas y sus compañeros de viaje y acusados de “traidores” por Trotsky y su pequeño grupo de seguidores en España.
[3] Colectividades y Revolución Social. El anarquismo en la guerra civil Española, 1936-1939 de Walther Bernecker del original de 1978 en alemán, por desgracia no hay traducción al Inglés disponible)
[4] Citado de los escritos de Trotsky sobre España en Léon Trotski y España (1930-1939) de I.Iglesias (1977). Grandizo Munis, miembro durante la guerra del muy pequeño grupo bolchevique-leninista (trotskista), escribió en 1948, cuando fue alejándose del trotskismo: “Hasta cierto punto, el caso de los órganos españoles de poder era aún más demostrativo que el de la Revolución Rusa… el número de órganos de poder de la clase obrera fue proporcionalmente mayor en España que en Rusia durante los primeros meses de doble poder.” Munis, Jalones de Derrota: Promesas de Victoria de (1948), pp 291-292.
[5] Véase el reciente y, en general, muy buen libro Black Flame. The Revolutionary Class Politics of Anarchism and Syndicalism, de Michael Schmitt and Lucien van der Walt (vol. 1, 2009). Los autores no desean debatir sobre España en profundidad, prefiriendo “descentralizar” el anarquismo con el fin de hablar sobre los movimientos anarquistas en otros lugares, sobre todo en América Latina. Sin embargo, España fue el único país donde el anarquismo hizo una revolución y se encontró con el problema del poder del Estado durante un periodo de dos años y medio. Como podrá observar el lector, el texto que sigue es cualquier cosa menos indiferente con el movimiento anarquista español. Pero escribir un libro de 345 páginas en el que España solo merece algunas páginas aquí y allá y en el que la preocupación por sus fracasos se conoce como la “excepcionalidad española” es, por decirlo suavemente, un largo ejercicio de cambiar de tema, algo equivalente a una historia de los movimientos marxistas que simplificase la Revloución rusa como el “excepcionalismo ruso.” La evasiva en la visión de Schmitt y van der Walt queda subrayada por uno de los mejores estudios recientes – uno entre los muchos – sobre la teoría, práctica e historia anarquistas, del militante anarcosindicalista exiliado en México, B. Cano Ruiz ¿Qué es el Anarquismo? Ciudad de México (1985): “Es obvio que el anarquismo no tuvo en ningún otro país del mundo el arraigo y la influencia que tuvo en España… En España el anarquismo fue un movimiento de masas dividido en diversas expresiones, desde un movimiento obrero encarnado en la CNT (Confederación Nacional del Trabajo), que alcanzó los dos millones de miembros… las escuelas racionalistas (de Francisco Ferrer)… los ateneos libertarios, las Juventudes Libertarias, Mujeres Libres, la FAI (Federación Anarquista Ibérica), estrechamente vinculada a la CNT…” (p.322)
[6] El error militar de Las ‘izquierdas’: Estrategia de la Guerra Revolucionaria (1980). Guillén luchó en su juventud en una de las columnas anarquistas en la Guerra Civil, después, pasó gran parte del resto de su vida en América Latina, donde se convirtió en un teórico de la guerrilla urbana.
[7] “Incluso en nuestras filas revolucionarias trabajamos mucho más intensamente y con más tendencia preparando la insurrección que organizando realmente lo que íbamos a construir después. Diego Abad de Santillán, CNT, ¿Por qué perdimos la guerra? (1940)
[8] En 1935, España solo representaba el 1,4% de las importaciones mundiales y el 1,0% de las exportaciones mundiales.
[9] La Primera República ya había concretado la orientación “localista” anarquista. Como escribe Bernecker, “La tradición localista de Andalucía, cuya máxima expresión fue la Rebelión cantonal de 1873, impidió también entre 1936 y 1937 la unión entre los comités y los órganos de poder local que operaban sin una coordinación mutua; los anarquistas andaluces se negaron obstinadamente a entrar en los consejos municipales “legalizados” y abandonar su posición de poder en los comités creados espontáneamente.” (p. 384)
[10] Hago un intento en mi pequeño libro Ubu Saved From Drowning, pp 93-124. http://bthp23.com/Portugal-Spain.pdf . También destaco extraños ecos entre Rusia y España, los únicos países de Europa donde los trabajadores tomaron el poder y lo mantuvieron durante algunos años.
[11] El laberinto español, varias ediciones desde 1943 hasta 1974. Por otra parte, en unas memorias (A Personal Record, 1920-72, 1974, p. 277) Brenan dijo del anarquismo que “Probablemente solo es viable en España, para cualquier otra parte de Europa se han destruido las semillas de la vida social.”
[12] Partido Socialista Obrero Español
[13] Historia de las agitaciones campesinas andaluzas, 1929 y varias reimpresiones posteriores.
[14] O más bien, cuando se mencionaba Hegel, se suponía que Marx, como su “sucesor” era también un admirador del Estado.
[15]Marx y Engels estaban afligidos porque la tan estatista deriva de la socialdemocracia de Lassalle en Alemania los anarquistas la tomaron como “marxista,” cuando en realidad criticaron los comienzos del SPD tan duramente como los anarquistas, tanto en la “Crítica del Programa de Gotha” (1875) como en su correspondencia privada.
[16] “La humanidad ha tenido durante mucho tiempo un sueño que debe poseer primero en la conciencia con el fin de tenerlo en la realidad.”
[17] Como señala un estudio exhaustivo de la cosmovisión anarquista, “los análisis de la cuestión social estudiados aquí están empobrecidos. Nunca más que en este momento ha estado tan clara la afinidad anarquista por el razonamiento abstracto y moralizante; comienza a partir de principios metafísicos tales como la armonía natural y la justicia -tan favorecida por Proudhon, y definitivamente criticada por Marx en Miseria de la filosofía– o partir de clases sociales como entidades suprahistóricas, y uno nunca encuentra estudios concretos de la situación española tan variados y cambiantes”. José Álvarez Junco, en, La ideologia politica del anarquismo español (1868-1910). p. 190 (1974) (El autor continúa señalando que los “marxistas” del día no fueron mejores.)
[18] Anselmo Lorenzo, el gran veterano del anarquismo español del siglo XIX, escribió en su libro de memorias El Proletariado Militante (reimpresión 1974 p. 97), sobre la “inmensa felicidad, grandes esperanzas, la veneración casi mística de la idea que nos anima.”
[19] Como dijo Brenan (Personal Memoir, p 303.): “Este era el patrón habitual: cada pueblo odiaba a su vecino, pero tenía sentimientos amistosos con el próximo pueblo, menos uno.”
[20] En el Cuarto Congreso de la Primera Internacional (septiembre de 1869), los colectivistas libertarios se habían opuesto a las huelgas. (en Le mouvement anarchiste en France Vol. l de Jean Maitron, 1975 P. 50) Brenan escribió más tarde (Personal Memoir, p 277): “…los anarquistas son los únicos revolucionarios que no prometen un aumento en el nivel de vida. Ofrecen un beneficio moral: el respeto propio y la libertad.”
[21] Sobre estas divisiones véase The Spanish Anarchists. The Heroic Years 1868-1936 de Murray Bookchin.
[22] Véase la crítica de la estrategia de huelga general anarcosindicalista de Rosa Luxemburgo en el comienzo de su folleto “Huelga de masas”. Entre 1904 y 1911 hubo una gran cantidad de traducciones de sindicalistas revolucionarios como Pouget y Griffuelhes.
[23] Irónicamente, los aproximadamente 1,3 millones de votos de la CNT se estima que fueron principalmente para el aún insignificante Partido Comunista, ayudando al PCE a pasar de un diputado a 14 en el Parlamento (Las Cortes).
[24] PCE, Partido Comunista de España. El partido comunista en Cataluña se conocía como el PSUC, Partido Socialista Unificado de Cataluña.
[25] NdE: Social-patriota fue el nombre que dieron los revolucionarios y el ala izquierda de los partidos socialdemócratas (que, más tarde, darían lugar a los partidos comunistas) al derecha de dichos partidos que apoyaron a sus gobiernos durante la I guerra mundial.
[26] El PCE tenía 400 miembros cuando volvió a la legalidad en 1931 y 5000 en mayo de 1935, llegando a 50.000 en junio de 1936. En comparación con los entre 500.000 y 1.000.000 anarquistas. De El Partido Comunista de España en la II República de Rafael Cruz
[27] La sublevación fascista fracasó en Cataluña, el Levante, Castilla la Nueva, el País Vasco, Santander, Asturias y la mitad de Extremadura. Obtuvo el control de la mayor parte de Andalucía, sur de Extremadura, Mallorca, Castilla la Vieja, Navarra y Aragón. Los anarquistas fueron clave en Cataluña, el Levante, Santander, y gran parte de Asturias.
[28] Como lo expresa Bernecker: “Es difícil sobrestimar la importancia de esta decisión. Fue la expresión de una fuerte corriente “revisionista” dentro de la CNT la que determinó durante meses el curso de la guerra y la revolución en Cataluña y, al mismo tiempo, subrayó la falta de concepciones estratégicas de los anarcosindicalistas… Además de los recelos morales acerca de hacerse cargo de todo el poder, otra consideración impulsó a los dirigentes anarquistas y sindicales permitirle subsistir al gobierno: hasta ese momento, el rechazo radical del orden establecido (Estado) había tenido como consecuencia una total falta de preparación para intervenir en su configuración y mejorarla, por ejemplo, los revolucionarios carecían de todo conocimiento práctico en los asuntos de gobierno y administración pública; así que preferían dejar el gobierno, y por lo tanto la responsabilidad oficial, a los republicanos y los liberales, al tiempo que les controlaban a través de un nuevo órgano “revolucionario” de poder.” (pp. 386-387)
[29] Partido Obrero de Unificación Marxista, fundado en 1935, como una fusión del Bloque Obrero y Campesino y la Izquierda Comunista. El POUM pasó momentos difíciles al ser acusado (como se indica en la nota 1) por los comunistas de “trotskistas-fascistas”, y por los trotskistas de “traidores”. Sobre el POUM, véase Revolución y Contra-Revolución en España (1938) de Felix Morrow, pp 43-44.
[30] Sobre este giro auspiciado por los soviéticos en la suerte del PCE, véase, sobre todo, el relato clásico de Burnett Bolloten, La Revolución Española.
[31] Para ser justos, no se deberá omitir a los 50 y tantos miembros del grupo Bolchevique-Leninista, trotskistas ortodoxos, que incluía al joven Grandizo Munis, quien en 1948 publicó uno de los mejores libros sobre lo que había sucedido: Promesas de Victoria, Jalones de Derrota: Crítica y teoría de la revolución española (1930-1939). (1948, 1977).
[32] Una vez más, se remite al lector a los libros de Orwell y Bolloten
[33] Op. cit. Munis, pp 294-295
[34] Abad de Santillán (op. cit. p. 129) tiene una respuesta para tales argumentos: “Sabíamos que no era posible triunfar en la revolución si no triunfabamos primero en la guerra, y lo sacrificamos todo por la guerra.” El autor enfatiza: “Sacrificamos la propia revolución, sin darnos cuenta de que este sacrificio también implicó sacrificar los objetivos de la guerra.”
[35] Varios grupos de exiliados en Francia fueron capaces, después de todo, de llevar a cabo una guerra de guerrillas en la España franquista al menos hasta la década de 1950
[36] De hecho, Juan García Oliver de la CNT-FAI hizo organizar sondeos a los nacionalistas marroquíes en el otoño de 1936, ofreciéndoles independencia. No querían la independencia en ese momento, por temor a la absorción ya fuese por la Alemania nazi o la Italia de Mussolini, pedían la autonomía sobre el modelo catalán. Estos esfuerzos fueron silenciados por el socialista Largo Caballero, bajo la presión del socialista Léon Blum, entonces jefe de Estado en Francia. Como dijo un analista, dada la agitación generalizada y las sublevaciones en todo el norte de África en ese momento, “Un empujón y todo el imperio francés en África podría volar por los aires.” Véase el libro de Abel Paz, La Cuestión de Marruecos y la República Española. (2000).
[37] Es cierto que una gran campaña de propaganda de todos los interesados, a excepción de los anarquistas, ocultó con éxito la revolución social que tuvo lugar en julio de 1936, convirtiendo la percepción internacional de la guerra en una de “la democracia contra el fascismo”. El anarquismo internacional era demasiado débil para contrarrestar esta barrera con la verdad.
[38] Hasta julio de de 1936, solo 110.000 campesinos habían recibido tierras
[39] Bernecker, p. 89.
[40] Las citas son del libro de Borkenau El Reñidero español (1937 ed.), pp. 80, 83.
Cuando regresó a Barcelona, en enero de 1937, se encontró con que el (p. 175) “multicolor estilo de Robin Hood de los milicianos había desaparecido por completo… (existía un) claro intento de uniformidad… la mayoría no llevaba ninguna insignia política… la pequeña burguesía había dejado una huella importante en el ambiente general”.
[41] Unión General de Trabajadores, históricamente la central sindical del PSOE, con fuertes arraigo entre los mineros de Asturias y en Madrid, controlada por el PCE y el PSUC hacia 1937
[42] Bernecker, p. 286
[43] Ibid. p. 293.
[44] El libro de Diego Abad de Santillán Porqué Perdimos la Guerra (1940; 1975) narra con absoluto detalle cómo Madrid hizo caso omiso una y otra vez a las peticiones anarquistas de ayuda material y moneda extranjera con la que adquirirla, afectando directamente al resultado de las batallas concretas, tales como la caída de Irún.
[45] Especialistas militares extranjeros dijeron que los trabajadores y técnicos catalanes de las nuevas industrias de guerra habían logrado mayor conversión en dos meses que la que había logrado Francia en dos años durante la Primera Guerra Mundial. Cf. Abad de Santillan, op. cit. P, 134.
[46] Véase Alexander, op. cit. p. 267.
[47] Las contorsiones de García Oliver sobre si unirse o no al gobierno central se describen en su libro de memorias, escrito en el exilio, El Eco de los Pasos (1978), pp 291-293.
[48] Para un análisis pormenorizado de los hechos que llevaron a la confrontación y la lucha en las calles en Barcelona entre el 3 y el 7 de mayo, el autor remite al lector una vez más a los reportes de Orwell y Bolloten.
[49] Una anarquista radical que llamaba a una “nueva revolución” en contra de la traición de los dirigentes de la CNT en los gobiernos de Barcelona y Madrid.. Ver el libro de Miquel Amorós…
[50] Un comandante estalinista amenazó con bombardear la anarquista Columna Ascaso si marchaba hacia Madrid. Muchos de estos detalles están sacados de La Guerra Civil Española (1965), de Hugh Thomas, pp. 545-550.
[51] “Incluso después de los días de mayo 1937 -una derrota dentro del triunfo- algunos elementos del doble poder seguían resistiendo y muchas veces bases desde las que reconquistar el terreno perdido.” G. Munis, op. cit. p. 292.
[52]Bernecker, p. 339
[53]Ibid. p. 298.
[54]Ibid p. 300-301.
[55]Ibid.
[56] Ibid. pp. 131-133.
[57] La obra de Julián Casanova Anarquismo y revolución en la sociedad rural aragonesa, 1936-1938 (1985) proporciona una visión más matizada de las colectividades aragonesas. En su opinión, en Aragón en conjunto, el peso respectivo de la CNT y la UGT era más o menos igual. (p. 31). Coincide con Bernecker (p. 315) en que el congreso de mayo de 1936 de Zaragoza, llegó a su resolución agraria, “sin aclarar los conceptos económicos más elementales.” Donde más tarde tuvieron el control, “los anarquistas no implantaron un modelo de colectivización que fuera a resolver los problemas de la producción y el intercambio.” (p. 318) “Quienes defienden la “eterna aspiración a la igualdad” ignoran numerosos ejemplos… de los grupos socialmente marginados (mujeres, campesinos no afiliados) e ignoran las circinstancias reales.”
[58] Robert Alexander, op. cit. pp. 394-402.
[59] Op. cit. p. 198
[60] Ibid. p. 325
[61] Reforma agraria y revolución campesina en la España del siglo XX (1970), de Edward Malefakis.
[62] Indalecio Prieto era el líder más importante del ala derecha del PSOE y contrario durante mucho tiempo a Largo Caballero. Apenas simpatizaba con los anarquistas, pero los estalinistas no le consideraban lo suficientemente dócil. El uso de la derrota militar y los retrocesos, a veces provocados intencionalmente para desacreditar a los responsables, era una estratagema típica del PCE-PSUC para sustituir elementos socialistas o anarquistas no deseados, con gente más maleable. Una capitana del POUM, Mika Feldman de Etchebéhère, describe en su libro Mi guerra de España. Testimonio de una miliciana al mando de una columna del POUM, episodios similares, como cuando se dejó a un batallón del POUM sin socorro, en una situación desesperada, durante la defensa de Madrid.
[63] Bernecker, p. 311. Borkenau (op. cit. p. 210) escribió que la “única diferencia con Rusia es que la burocracia gobernante pertenece a tres o cuatro partidos en vez de a uno…”
[64] Negrín había tomado posesión en mayo 1937, después de los “eventos” de ese mes. Él también era un socialista de derechas, apoyado por el PCE a falta de otro candidato aceptable, pero al final demostró ser una figura independiente.
[65] Los trece puntos incluían independencia absoluta de España, expulsión de todas las fuerzas militares extranjeras; sufragio universal; no tomar represalias; respeto de las libertades regionales; fomento de las propiedades capitalistas sin grandes monopolios, reforma agraria, garantía de los derechos de los trabajadores; el “desarrollo cultural, físico y moral de la raza”, el ejército al margen de la política, renuncia a la guerra; cooperación con la Sociedad de Naciones; una amnistía para todos los enemigos. El comité de colaboración de CNT-UGT aprobó el programa, pero la FAI lo denunció como un retorno al statu quo anterior a julio de 1936.
[66] Bernecker, p. 140.
[67] Thomas p. 675. Segundo Blanco, de la CNT, se convirtió en Ministro de Instrucción Pública y Sanidad en marzo de 1938.
[68] Ibid. p 751. En el libro de Thomas se encuentra un informe completo del golpe de Casado, pp. 734-755.
[69] Hablando del ejemplo del poder judicial, Abad de Santillán señala una propuesta de la CNT para abolir los abogados. ¿Por qué, se pregunta, se volvió a abrir el Palacio de Justicia? Reaparecieron los antiguos jueces y “pusimos un instrumento al servicio de la contrarrevolución que nosotros mismos habíamos revalorizado.” (op. cit. pp. 80-81)
[70] Elaborado en The Historical Moment that Produced Us, Insurgent Notes No. 1, 2010 ( http://insurgentnotes.com ). Véase la sección final de 16 puntos propuestos para la reconstrucción global, que no son más que sugerencias difícilmente definitivas.
[71] Por ejemplo, los trabajadores petroleros del Golfo no decidirán por sí mismos dónde enviar el petróleo, mientras tengan tanto control sobre sus condiciones de trabajo como es posible dentro de una coordinación global.